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¿SERÁ QUE MEREZCO VIVIR EN LA POBREZA?

Con mi más profundo agradecimiento al protagonista del blog de esta semana y la comprensión de mis amigos lectores, les acerco el testimonio de un consultante colombiano, a quien llamaré Juan, quien muy amablemente me envió la historia de su vida:

Nací en Colombia, siempre ocupé el primer lugar durante todos mis estudios escolares y universitarios, me gradué con honores, estudié un posgrado en finanzas internacionales en Europa, era popular con las chicas… Era la promesa de éxito de mi familia.

Llegado el momento, me casé y tuve un hijo. A los cuatro años de matrimonio, la relación con mi esposa se resquebrajó, por no decir, terminó, lo que coincidió cuando ella se puso a trabajar como vendedora en una tienda de ropa (en Miami, la ciudad donde se desarrolla esta historia). Año tras año, ella ganaba el premio a la mejor vendedora, la promovieron de un puesto a otro y ahora está a punto de convertirse en jefa regional. Gana un excelente sueldo, viste bien todos los días, ya que su indumentaria cuesta cuatro mil dólares por lo menos, tiene casa propia y conduce un buen carro.

Mi hermano, quien nunca siguió estudios superiores, perdía su tiempo en Colombia. Me lo traje a Miami y, con un inglés básico, empezó a vender carros de lujo, y ahora hasta es propietario de un yate.

Por último, yo, la promesa de la familia, como te referí, vivo en un pequeño departamento alquilado, manejo un carro alquilado, no tengo ahorro alguno y ni siquiera me puedo dar el lujo de invitar a una dama a cenar porque no me alcanza mi paupérrimo sueldo. Busco trabajo y, como estoy sobre calificado, la respuesta que recibo es: “lo estaremos llamando”.

Juan me vio en un programa de TV en Miami. El día de nuestra consulta me refirió: un día en que no me sentí bien, quizás porque estaba deprimido por todo lo que me pasaba, decidí no ir a trabajar y sentí que me estaba dando por vencido y quería una respuesta a mi situación. Comencé a dar vueltas en mi cama sin saber qué hacer. Aunque quería descansar, solo tenía una pregunta en mi mente. ¿Por qué no puedo salir adelante? De repente, sentí el impulso de encender el televisor y comencé a escuchar lo que hablabas acerca de los hijos y los efectos en sus padres. De inmediato sentí una mejoría, llamé a mi hermano y le pregunté por las horas de nacimientos de sus hijos, mis sobrinos; y llamé a la madre de mi hijo para preguntarle también por la hora en que nació mi hijo. Él nació de noche. Entre a internet para buscar información sobre tu persona, quería saber si eras serio o simplemente puro bla bla bla.

En el curso de nuestra entrevista comprendí con mucho dolor que todos mis títulos, mi disciplina y los sacrificios que hice en mi vida para ser el mejor me los había arrebatado la hora del nacimiento de mi hijo.

Preguntando a varios amigos y familiares acerca de las horas de nacimiento de sus hijos, concluí que es sumamente peligroso traer un hijo al mundo si no programamos su nacimiento, porque no hacerlo puede llevarte a la ruina, como en mi caso.

Al analizar el horóscopo de Juan, encontré que la casa 5 (la de los hijos) no presentaba armonía desde su nacimiento. Si Juan o, mejor aún, sus padres, hubiera sabido esto, estoy seguro de que nuestro consultante no hubiera sufrido una caída tan estrepitosa.

El caso de Juan trae a mi memoria los casos de madres que, deseando tener un bebé, pasan por tantos tratamientos de fertilización in vitro, y al final salen embarazadas y alumbran a sus hijos, pero no toman en cuenta lo más esencial: programar el día y hora de sus nacimientos. Este acto es como jugar a la ruleta rusa, pero no con una bala sino con tres.

Así es, mis amigos lectores, no debemos tomar a la ligera el asunto de tener un hijo. Lo he dicho muchas veces: ¿Queremos hijos inteligentes, saludables, con buenos valores, que sean exitosos? Podemos conseguirlo, solo tenemos programar sus nacimientos atendiendo a lo que nos enseña el capítulo tercero del Eclesiastés. Sí, ignorar este capítulo del Antiguo Testamento equivale a correr por caminos que pueden llevarnos a la ruina.

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