Un día Jaimito entró a su casa dando patadas y gritando muy molesto. El niño estaba muy irritado y dijo a su papá: me siento muy enojado pues Pedrito no debió haberme humillado hoy públicamente, por eso, le deseo todo el mal del mundo, siento hasta deseos de matarlo.
Su padre, un hombre simple, pero lleno de sabiduría, escuchaba con calma al hijo quien continuaba diciendo: Pedrito me humilló frente a mis amigos, ¡Yo no puedo aceptar eso! Me gustaría que él se enfermara para que no pudiera ir más a la escuela.
El padre aun escuchando las quejas de su hijo, se dirigió hacia una esquina del garaje de la casa, de donde tomó un saco lleno de carbón. Llevó el saco hasta el final del jardín y le dijo a su hijo: Jaimito: ¿ves aquella camisa blanca que está en el tendedero? Hazte a la idea de que es Pedrito y cada pedazo de carbón que hay en esta bolsa es un mal pensamiento que va dirigido hacia él.
Tírale todo el carbón que hay en el saco, usa hasta el último pedazo, después yo regreso para ver cómo quedó la camisa. El niño lo tomó como un juego y comenzó a lanzar los carbones, pero como el tendedero estaba lejos, pocos de ellos acertaron la camisa.
Cuando, el padre regresó, le preguntó: -Hijo, ¿qué tal te sientes? – Me siento cansado pero alegre; acerté algunos pedazos de carbón a la camisa. El padre tomó al niño de la mano y le dijo: Ven conmigo quiero mostrarte algo. Lo colocó frente a un espejo que le permitió ver todo su cuerpo… Jaimito estaba todo negro y sólo se le veían los dientes y los ojos.
El padre replicó: Hijo, cómo puedes observar, la camisa está un poco sucia, pero no es comparable a lo sucio que quedaste tú. El mal que deseamos a los demás, se devuelve y se multiplica en nosotros.
El Maestro dice:
Cuida tus pensamientos porque se volverán palabras, cuida tus palabras porque se volverán actos, cuida tus actos porque se harán costumbre, cuida tus costumbres porque formaran tu carácter, cuida tu carácter porque formara tu destino y tu destino será tu vida, de corazón a corazón.
